Cuando alguien hace
una crítica al sistema capitalista, la contraparte suele cruzarse de brazos,
fruncir el ceño, y preguntar por alternativas con la petulancia de quién
pregunta convencido de la ausencia de respuestas, y de la falta de luces de
semejante pregunta tan improductiva.
¿Y si se tomaran un
minuto de sus setenta años promedio de vida para imaginar su propia respuesta?
¿Si se tomaran ese minuto para siquiera considerar la validez de la pregunta?
A priori se
manifiesta tanto el condicionamiento a la necesidad de consumir respuestas
regurgitadas debido a la incapacidad de producir las propias (es lo único que
en realidad aprendemos en la escuela), como el condicionamiento a una negación
automática que no es individual sino colectiva, la negación del sistema como
ente en sí mismo, que se manifiesta a través de cada individuo que lo integra.
El sistema no es un
objeto externo, es material primario constituyente de nuestra forma de pensar,
interpretar, reaccionar, actuar, comportarnos y en definitiva, ser. Ni quién
escribe, ni nadie que se autodenomine antisistema en realidad lo es. Cuando
vaqueamos por una pizza, todos queremos el pedazo más grande, y esto, dirán
algunos, es prueba de que el sistema es consecuencia inamovible de nuestra
naturaleza, pero creo que nuestra naturaleza es principalmente determinada por
nuestro entorno y no al revés; toda esta mierda se aprende en el camino. Quién
escribe, como muchos otros que se toman ese minuto para considerar la validez
de la crítica, simplemente discrepan del status quo, y mientras más lo
observan, más evidente se hace que no se trata ya de cambiarlo. El sistema se autorregula absorbiendo cualquier amenaza.
Es como ser una
hormiga e intentar detener un tren. El riel no es infinito y el tren se
despedazará en cualquier momento.
Todas las inquietudes,
propuestas e ideas, toda la capacidad creativa de nuestra especie es sin duda
el bienvenido producto de una inteligencia evolutiva que con nuestra
cooperación o sin ella seguirá adelante.
Es nuestra decisión
tomarnos ese minuto, considerar la validez de la pregunta e imaginar nuestra
propia respuesta. Es nuestra decisión también la negación, y aceptación de
nuestra incapacidad imaginativa como primer eslabón hacia nuestra incapacidad
creativa.
Es nuestra decisión
servir en las filas de defensa del sistema que hasta eso, la imaginación, nos la ha expropiado para revendérnosla como el principal defecto de los
fracasados y utopistas improductivos, y ver si alguna ganancia puede sacarse de
ello.
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