miércoles, 2 de octubre de 2013

Cuando alguien hace una crítica al sistema capitalista


Cuando alguien hace una crítica al sistema capitalista, la contraparte suele cruzarse de brazos, fruncir el ceño, y preguntar por alternativas con la petulancia de quién pregunta convencido de la ausencia de respuestas, y de la falta de luces de semejante pregunta tan improductiva.

¿Y si se tomaran un minuto de sus setenta años promedio de vida para imaginar su propia respuesta? ¿Si se tomaran ese minuto para siquiera considerar la validez de la pregunta?

A priori se manifiesta tanto el condicionamiento a la necesidad de consumir respuestas regurgitadas debido a la incapacidad de producir las propias (es lo único que en realidad aprendemos en la escuela), como el condicionamiento a una negación automática que no es individual sino colectiva, la negación del sistema como ente en sí mismo, que se manifiesta a través de cada individuo que lo integra.

El sistema no es un objeto externo, es material primario constituyente de nuestra forma de pensar, interpretar, reaccionar, actuar, comportarnos y en definitiva, ser. Ni quién escribe, ni nadie que se autodenomine antisistema en realidad lo es. Cuando vaqueamos por una pizza, todos queremos el pedazo más grande, y esto, dirán algunos, es prueba de que el sistema es consecuencia inamovible de nuestra naturaleza, pero creo que nuestra naturaleza es principalmente determinada por nuestro entorno y no al revés; toda esta mierda se aprende en el camino. Quién escribe, como muchos otros que se toman ese minuto para considerar la validez de la crítica, simplemente discrepan del status quo, y mientras más lo observan, más evidente se hace que no se trata ya de cambiarlo. El sistema se autorregula absorbiendo cualquier amenaza.

Es como ser una hormiga e intentar detener un tren. El riel no es infinito y el tren se despedazará en cualquier momento. 

Todas las inquietudes, propuestas e ideas, toda la capacidad creativa de nuestra especie es sin duda el bienvenido producto de una inteligencia evolutiva que con nuestra cooperación o sin ella seguirá adelante.

Es nuestra decisión tomarnos ese minuto, considerar la validez de la pregunta e imaginar nuestra propia respuesta. Es nuestra decisión también la negación, y aceptación de nuestra incapacidad imaginativa como primer eslabón hacia nuestra incapacidad creativa.

Es nuestra decisión servir en las filas de defensa del sistema que hasta eso, la imaginación, nos la ha expropiado para revendérnosla como el principal defecto de los fracasados y utopistas improductivos, y ver si alguna ganancia puede sacarse de ello.

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